Dar en el clavo
Acertar en lo que se hace o se
dice.
Este modismo parece aludir al
antiguo juego infantil del “hito”, en el que los muchachos clavaban en el suelo
un “clavo” o estaca y tiraban contra él grandes anillos de hierro o piedras,
ganando el que dejara los suyos más cerca del clavo.
Dar
la tabarra
Molestar, importunar
insistentemente con algo.
Se llama “tabarra” a la molestia causada por algo pesado e insistente,
en alusión a la “tabarra, tábarro o tábano”, una especie de avispa grande, cuya
picadura causa intenso dolor y cuya amenazadora presencia es molesta.
¡Vete a la porra!
En general, esta expresión se
utiliza para expresar rechazo dirigido a una persona. Se trata de una expresión de origen militar,
que alude al enorme bastón que llevaba el tambor mayor de los antiguos
regimientos. Este bastón, muy labrado y rematado por un gran puño de plata, era
conocido con el nombre de “porra”. Cuando el regimiento acampaba o se
establecía en algún nuevo lugar, la porra era plantada en alguna parte del
campamento militar decidido por el comandante, sirviendo a partir de ese
momento para señalar el sitio adonde tenían que acudir los soldados en los
periodos de descanso para sufrir el arresto impuesto por las faltas leves que
hubiesen cometido. Por tanto, esta expresión era utilizada por los oficiales, al
parecer, en tono absolutamente serio y formal, sin dureza ni violencia.
Sin ton ni son
Según el DRAE, esta expresión significa
“arbitrariamente, sin ocasión o causa”. Antiguamente decían “sin tono y sin
son”, y así aparece en Los sueños
de Quevedo. El dicho procede del cantor que se salía del tono y sonido que le
acompañaba, y, más en concreto, del baile fuera de la ocasión y la música
oportuna.
A la tercera va la vencida
En general, se trata de una
frase hecha de signo optimista con la que se expresa que las cosas que han
salido mal dos veces, a la tercera saldrán bien, exhortando pues a no
desanimarse y perseverar hasta el final. Antiguamente, se aplicó en el
particular vocabulario de la lucha corporal con el sentido contrario,
refiriéndose a que la disputa se establecía al mejor de tres juegos, o bien a
que tres derribos equivalían a la derrota final, proclamándose vencedor al
luchador que conseguía derribar tres veces al adversario.
Paralelamente hay que recordar
también que en la práctica procesal del derecho penal común en los siglos XVI y
XVII, se imponía la pena de muerte al ter
furtum o “tercer hurto”. Por lo tanto, para el delincuente, como para el
luchador, a la tercera iba la vencida.
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